Posted by : Unknown 30 abr 2011


Restos genéticos sugieren que hace 40.000 años habría otra especie Homo compartiendo el mundo con humanos modernos, neandertales y quizás con el hombre de Flores.
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Uno de los temas científicos que más interesan a los seres humanos es el de la Paleoantropología. Saber sobre nuestros propios orígenes parece que nos fascina. Pero que nos interese no significa que sepamos bien sobre el tema, ni siquiera lo poco que los científicos del campo saben al respecto.
Uno de los prejuicios o malentendidos más común es colocarnos (¿auto-entronizarnos?) como la cumbre de un proceso evolutivo en permanente progreso. No es así, somos fruto de la casualidad y nuestra aparición en la Tierra no era inevitable. De hecho, pudo surgir perfectamente una especie inteligente durante la era de los dinosaurios sin necesidad del advenimiento del reino de de los mamíferos. La evolución no tiene una dirección específica y menos aún hacia un progreso en pos de organismos cada vez más complejos. La evolución funciona en todas las direcciones y tiene éxito allá donde encuentra un hueco. Por eso las ballenas perdieron sus extremidades y volvieron al mar o ciertos parásitos se simplifican hasta la mínima expresión. La evolución no tenía “necesidad” de crearnos, ni estaba dirigida hacia nosotros cuando dio con los Homo gracias a la contingencia.
Otro de los prejuicios que normalmente aparece es la secuencia en escala de progreso de unos homínidos sucediéndose unos a otros, cada vez menos encorvados y cada vez más “modernos”. En realidad, la Naturaleza, a través de procesos de especiación y evolución, radió varias especies de homínidos a lo largo de millones de años. De este modo, la manera correcta de ver la evolución del género Homo (o de cualquier otro grupo de especies) es a través de un árbol filogenético. Ese árbol fue podado reiteradamente por diversos procesos de extinción y ahora sólo quedamos los Homo sapiens sapiens. Muchos de esos mal llamados “eslabones perdidos” que se encuentran de vez en cuando no son nuestros antepasados directos, sino una rama paralela que desapareció.
Si la estructura evolutiva es la de un árbol surge inmediatamente la pregunta de si dos o más de alguna de esas especies convivieron en el tiempo en la Tierra. Se ha podido demostrar que en algunos casos así fue, al menos con especies viviendo en distintas partes del mundo.
Para el caso de compartir el territorio la situación es menos clara y todavía hay debate científico al respecto, sobre todo en las especies más recientes como Homo sapiens (nosotros) y Homo neandertalensis (hombre de neandertal) en Europa. En este caso se llega al colmo de los prejuicios y contaminación política e ideológica al sugerir algunos que fuimos nosotros los que liquidamos a los neandertales a base de violencia e incluso canibalismo, aunque las pruebas al respecto sean inexistentes. Lo más curioso es que los que normalmente opinan así suelen ser miembros de la progresía política, los mismos que sostienen que el hombre es bueno por naturaleza y sobre esa idea edifican su proyecto de edificio político.
Todo se complica aún más por la dificultad de encontrar restos fósiles de unas especies que tampoco eran muy abundantes y sobre un periodo geológico de sólo unos pocos millones de años. Los huesos que se encuentran a veces no están propiamente fosilizados (mineralizados), sino que simplemente se han conservado hasta el día de hoy. A veces no hay huesos y sólo tenemos herramientas de piedra y, a veces, ni siquiera eso.
Toda esta introducción sirve para prepararnos sobre la importancia de un descubrimiento reciente acerca del descubrimiento de una nueva especie Homo. En unas cuevas de Siberia se han encontrado restos de ADN humano de sólo 40.000 años de edad. Este ADN apunta además hacia un linaje antiguo y distinto a los conocidos lo que lo haría coetáneo tanto del ser humano moderno como del hombre de neandertal. El descubrimiento apuntaría, por tanto, a que Asia estaba ocupada en ese tiempo no sólo por neandertales y sapiens, sino además por una tercera especie humana desconocida hasta ahora. Este hallazgo sería el descubrimiento más excitante realizado en el campo sobre ADN antiguo de los últimos tiempos.
Este descubrimiento complica una vez más la historia evolutiva humana reciente, ya de por sí bastante complicada desde que se descubrió el hombre de Flores (o “hobbit”), un supuesto humano de pequeño tamaño que vivió en la isla de Flores y cuya naturaleza está aún debatiéndose en círculos académicos sin llegar a ninguna conclusión (razón por la cual las noticias al respecto no son cubiertas por NeoFronteras). Por un lado están los que afirman que era un sapiens con deformidades y por otro los que dicen que era una especie distinta.
Si al final se confirman todos estos hallazgos se podría llegar a la conclusión de que, con al menos cuatro especies coetáneas, la biodiversidad humana de hace 40.000 años era bastante notable. El árbol filogenético tendría al menos cuatro ramas “vivas con hojas” en esa época.
La historia sobre este hallazgo comienza en 2008 cuando Michael Shunkov y Anatoli Derevianko, de la Academia Rusa de Ciencias en Novosibirsk, encontraron un hueso de dedo en la cueva Denisova, en las montañas Altai de Rusia. La cueva, que tiene una amplitud arqueológica temporal que cubre 100.000 años, tiene tanto restos neandertales como de humanos modernos en forma de herramientas de piedra y restos óseos. El hueso que nos ocupa fue datado por radiocarbono con una edad comprendida entre hace 48.000 y 30.000 años.
Más tarde, Svante Pääbo, Johannes Krause, y sus colaboradores de Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzip (Alemania) molieron 30 miligramos de ese hueso y extrajeron una secuencia de ADN mitocondrial de 16.569 bases de longitud gracias a una nueva técnica desarrollada por el grupo de Pääbo. Entonces compararon esa secuencia con las presentes en 54 personas vivas de distintas partes del mundo, restos genéticos de humanos de hace 30.000 años de otra localización rusa y con secuencias genéticas de seis neandertales.
La gran sorpresa fue hallar que, mientras que las secuencias neandertales diferían en 202 posiciones de nucleótidos, la diferencia respecto al hombre de la cueva Denisova difería en 385 posiciones respecto al hombre moderno.
Comparando estos datos con los datos genéticos disponibles sobre el chimpancé y el bonobo pudieron calcular que el nuevo homínido compartió con los neandertales un antepasado común hace un millón de años, por lo que se separó del linaje común antes de que lo hicieran entre sí neandertales y humanos modernos. Por tanto el hueso en cuestión pudo pertenecer a una especie humana extinta que emigró de África mucho antes de que lo hicieran nuestros “parientes” conocidos.
Svante Pääbo no se pudo creer el resultado y según sus propias palabras “sonaba demasiado fantástico como para ser verdad”.
No se sabe muy bien quién era este homínido. Estos investigadores sostiene que era demasiado tarde para el Homo erectus, que emigró de África hace unos 1,8 millones de años. Y es demasiado pronto para H. heidelbergensis, que apareció en África y Europa hace 650.000 años y que muchos investigadores consideran el antepasado común de neandertales y humanos modernos. Se especula que quizás se trate de una especie pre-heidelbergensis o una post-erectus (por decir algo).
De momento el equipo de Pääbo no ha dado al nuevo linaje un nombre, al menos hasta que se sepa más acerca de él. El próximo paso será la secuenciación de ADN nuclear de ese mismo trozo de hueso. Quizás, si tiene suerte, podamos saber más sobre esta misteriosa especie humana, sobre todo si consiguen secuenciar casi todo el genoma. Si es así, sería el genoma humano más antiguo en ser secuenciado hasta la fecha.

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