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- Too fossil or not too fossil Retrasado X2: De recolectar huesos a abrir un museo propio
Posted by : Unknown
22 ago 2013
Este TFONTF será algo distinto, he dedicado esta sección a Andrés Sanchez un Uruguayo que comenzó su colección de fósiles cuendo era muy joven y ahora décadas después funda su museo con piezas de más de 10.000 años de antiguedad en el departamento de Canelones (Uruguay Mí país!).
Los invito a leer la entrevista que el Observador de Uruguay le hizo:
Andrés Sánchez tenía solo 5 años cuando se encontró con el primer hueso “extraño”. En ese entonces, su tío Cacho solía llevarlo a expediciones por los arenales del río Santa Lucía en San Ramón, Canelones, para que lo ayudara a recolectar aquellos restos fósiles que poco tenían que ver con los animales conocidos. “Lo único que sabíamos era que eran piezas raras, nada más”, sentencia Andrés mientras recuerda sus primeras excavaciones en la zona “Monstruo”, nombre que utilizó su tío para bautizar el lugar. “Lo llamó así, porque era donde aparecían este tipo de huesos”.
Andrés era feliz yendo al río para sorprenderse una y otra vez con aquellas piezas “extrañas”. “Cuando encontraba algo en el río era una sensación en el corazón que no puedo explicar”, dice. “Esto para mí no es un hobby, es algo que lo llevo en el corazón”, reafirma para que quede claro su sentimiento.
Con apenas una azada y un cepillo de dientes, ese niño escarbó y recolectó durante años una gran cantidad de restos fósiles. A medida que encontraba una pieza la iba guardando en el armario de su dormitorio. Como era de esperar, el mueble se llenó de piezas, y empezaron a ocupar otras instalaciones de la casa. “Había fósiles por todos lados”, recuerda su tía Zoraida, quien vive hoy con Andrés. “No teníamos casi espacio para dormir”, comenta en tono de broma mientras su sobrino esboza una sonrisa pícara.
Aquel niño tiene hoy 33 años. Según cuenta, hay un hecho que produjo un cambio en su vida, y fue cuando unos investigadores del Museo Arqueológico Profesor Antonio Taddei de Canelones visitaron su hogar interesados en observar sus hallazgos.
“Ellos se sorprendieron mucho con lo que yo tenía en casa”, relata. Ese día, los investigadores le explicaron el valor científico que presentaban esos restos fósiles para la comunidad. “Cuando me enteré que la colección se trataba de especies extinguidas con más de 10 mil años de antigüedad me quedé ‘helado’, no lo podía creer”, añora todavía con sus ojos visibles mostrando asombro. En ese momento, Andrés tenía 13 años y se le empezaba a abrir un “mundo” nuevo. “Recién ahí fue que empecé a tomarle el gusto a esto de la paleontología”, declara.
De ahí en adelante, se formó de manera autodidacta porque Andrés solo cursó estudios de Primaria y luego no quiso hacer el liceo.
“Me quisieron llevar, pero no quise ir. Yo era feliz yendo al río”, indica, aunque admite la importancia que habría sido terminar sus estudios. “Siempre cuando doy una charla en alguna escuela o liceo, a los gurises les digo lo importante que es terminar los estudios para salir adelante en un futuro y tener una vida mejor”, explica. Su vocación era paleontólogo, pero debió trabajar de otras “cosas” para poder sustentar su actividad. “Trabajé en varios lugares, en muchas estancias con zafras de plantaciones de eucaliptus y zapallos. Llegué a construir hornos de ladrillo con mi tío Candombe, quien me enseñó a hacerlos”, recuerda mientras hoy se ocupa de atender su reparto de bebidas en la ciudad de San Ramón.
Además de estudiar por su cuenta, Andrés comenzó a ir de a poco al Museo de Arqueología de Canelones para seguir aprendiendo. Allí conoció, según él, al “tipo” más espectacular en toda su vida: Jorge “El Flaco” Femenías, quien era en ese entonces el director del museo. Con él comenzó a entender las historias que acarreaban esas piezas prehistóricas que tenía en su poder. Empezó a escuchar por primera vez los nombres de gliptodonte, mastodonte, toxodonte, tigre “diente” de sable, panochthus, doedicurus, perezosos gigantes, entre otros. Todos ellos pertenecían a la megafauna de mamíferos de gran diversidad, rareza y tamaño que habitaron Uruguay hace unos 10 mil años.
“Un día me encontré con una especie de diente gigantesco que pesaba más de un kilo. Yo no tenía ni idea del animal que podría tener ese diente. Me preguntaba qué rayos había encontrado”, manifiesta aunque luego con investigación e información que le brindó el museo se enteró de “que lo que tenía era una muela que pertenecía a un mastodonte”, una especie de animal similar al de un elefante, explica Andrés, y rápidamente cuenta su particular historia con el maxilar de tigre “diente” de sable que encontró. “Cuando la hallé estaba en un excelente estado. Como estaba tan bien pensé que era una mandíbula de un caballo o de una vaca y lo estuve por tirar al río más de una vez, pero me dije: ‘no, lo voy a conservar por las dudas’”. Y añade: “Menos mal que no lo tiré, me estaría arrepintiendo hasta el día de hoy”.
Además de cultivar las historias de sus piezas, con el Flaco Femenías y también con el apoyo del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias aprendió realmente las tareas de “campo” de un paleontólogo sobre cómo buscar en el terreno, cómo hacer una extracción, y hasta cómo preparar los restos para su preservación. “Siempre fui una persona curiosa que quería saber mucho más de las cosas. Escuchaba mucho a aquellas personas que tenían conocimiento en la materia”. Sánchez señala al doctor en paleontología Martín Ubilla, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, como esas personas de influencia.
“Me enseñaron a catalogar la pieza, saber la historia de cómo y en qué lugar la encontré. Si no se tiene esa información, se pierde 85% del valor”, afirma el paleontólogo autodidacta.
“Es una información científica. Yo un día no voy a estar, pero esa información está catalogada. Por suerte, todo ese material lo conservo en casa y lo guardo como una joya”, aclara.
El sueño del museo propio
La ciudad de San Ramón se ubica a la altura del kilómetro 79 al norte del departamento de Canelones, sobre las márgenes del río Santa Lucía.
En 2008 se la decretó como “ciudad educativa”, debido a que cuenta con varias escuelas de educación primaria, preescolar, una escuela agraria, un liceo, una escuela técnica UTU, un colegio privado y un instituto de formación docente. Y, por si fuera poco, la localidad también cuenta con el Centro de Investigaciones Fósiles de San Ramón, museo que fundó Andrés Sánchez por su cuenta hace más de un año y medio.
En el museo se exhibe su colección paleontológica con más de 1.000 piezas prehistóricas, considerada una de las muestras más importantes de Uruguay.
“Siempre tuve una mínima idea de realizar un museo con las piezas prehistóricas que había conseguido a largo de mi vida”. La idea surgió ya que durante años su casa funcionó como exposición y hasta se encargaba de llevar algunas piezas a las diferentes escuelas del departamento. “Lo más difícil era cargar en la camioneta el caparazón de gliptodonte que pesa 600 kilos aproximadamente. En ese caso debía venir el montacarga que nos prestaba la barraca de la zona”, recuerda. Destaca también la solidaridad del pueblo. “Mi idea con las exposiciones era que se conociera un poco la historia de la ciudad”.
Sin embargo, el camino hacia la realización del museo propio no fue sencillo. Todo lo contrario. Debió encargarse por su cuenta de todo, sin contar al menos con el apoyo de la intendencia. “Colaboró casi todo el mundo, menos el Estado”, dice. “Es más, la intendencia si podía ponerme una piedra en el camino, creo que era mejor para ellos. Nunca hubo interés de apoyarme en nada”, afirma en un tono molesto.
Recuerda que cuando apareció uno de los capazones del gliptodonte, en 2011, se armó el tal revuelo en el pueblo, a tal punto que se interesaron todos los canales de prensa en Montevideo.
“En esa locura llegó a casa un rematador llamado Washington Machín y me ofreció un predio para que yo hiciera el museo. Solo tenía que hacerme cargo del mantenimiento y de los costos de la luz y el agua. Los demás materiales para acondicionar el lugar se iba encargar él”, cuenta con entusiasmo.
“El sueño se me hizo realidad, voy a tener el museo”, se decía a él mismo.
Pero un día lo contactó un concejal de San Ramón y le pidió que lo llevara al lugar donde sería el museo. “Este lugar no es bueno, esto no se puede hacer así”, se acuerda Andrés que le dijo de ‘pique’ el concejal, que indagó para saber si existían papeles legales de su colección paleontológica.
“¿Cómo es lo legal de la colección?”, le preguntó el concejal a
Andrés, que muy enojado le contestó “lo legal de la colección es que si a
mí se me antoja traer la colección para acá, estoy en todo mi derecho.
Porque esto lo recolecté yo con mucho esfuerzo. Eso es lo legal de la
colección”. En ese momento se fue enojado y se dijo que no iba hacer
nada hasta el día que apareciera otra cosa.
Y esa oportunidad le llegó nuevamente. Su tía Zoraida, con quien vive, heredó una casa en San Ramón de un primo que vivía allí, pero la dueña era su prima que vivía en Australia. Antes de heredarla hubo varios interesados en comprarla, recuerda Andrés. Pero fue ahí, que su tía Zoraida le explicó a su prima el sueño que tenía su sobrino de poder realizar un museo con todas las piezas prehistóricas que recolectó durante su vida. “Me gustaría que cumpliese ese sueño”, le había dicho su tía a la prima de Australia. “¿Que Andrés quiere hacer un museo ahí en la casa?, le contestó ella, que no sabía mucho la historia. Como quería que esa finca quedara en la familia dijo: “Bueno, avisale entonces a tu sobrino que lo empiece hacer cuanto antes, la casa es de ustedes”. “Así nomás fue la cosa”, dice con esa sencillez que lo caracteriza.
Con el lugar asegurado para construir su museo, intentó reunirse nuevamente con la Junta Municipal para buscar apoyo, pero no recibió lo que esperaba.
“Un día fuimos con mi primo Carlitos Bermúdez para conversar sobre el tema y me pasó algo insólito. Habíamos hablado con la alcaldesa sobre el proyecto del museo y nos citó para una reunión de la junta para que estuvieran los demás concejales. Sin embargo, cuando llegamos nos esteramos de que la alcaldesa no le había comunicado a ningún concejal sobre nuestra reunión, y debí esperar afuera la votación para ver si querían recibirnos o no. Por suerte, nos recibieron y pudimos presentarles el proyecto, con el propósito de que al menos nos apoyaran en el ámbito institucional, sin dinero de por medio. Dijeron que nos iban a apoyar, pero hasta el día de hoy no recibí absolutamente nada”, manifiesta. “Jamás se presentó una autoridad en el museo. Solamente el día de la inauguración apareció la alcaldesa con una planta, y punto, más nada. Fue el único día que vino desde que inauguré”.
A pesar de todas las trabas y las peripecias que le tocó vivir, hoy el Centro de Investigaciones Fósiles de San Ramón es un hecho. Durante este tiempo lo han visitado varias escuelas y liceos del departamento, y hasta arqueólogos y paleontólogos de reconocimiento nacional e internacional.
“Todo esto se hizo con mucho esfuerzo mío y de parte de mi familia”, explica Sánchez. Y para entender un poco más ese cariño de su familia, su tía Zoraida sacó un préstamo para que Andrés comprara los materiales y pudiera acondicionar el lugar.
“Tenía pensado invertir esa plata en refaccionar la casa, pero a mi edad, con 77 años, prefiero hacerlo feliz a él”, comenta Zoraida con afecto. “Sin la ayuda de mi familia el museo no existiría, no se hubiera logrado. Siempre me apoyaron en lo que quería hacer, y eso lo valoro mucho”, dice Sánchez emocionado. El museo “es un sueño hecho realidad”
La anterior es la entrevista Ahora he aquí la historia de como Andrés encontró al Gliptodonte:
De seguro Andrés inspirará a muchos de los futuros paleontólogos, a alimentar su curiosidad y a valorar la historia de los animales que habitaron la tierra hace miles de años.
Hasta el próximo Too Fossil!
Los invito a leer la entrevista que el Observador de Uruguay le hizo:
Andrés Sánchez tenía solo 5 años cuando se encontró con el primer hueso “extraño”. En ese entonces, su tío Cacho solía llevarlo a expediciones por los arenales del río Santa Lucía en San Ramón, Canelones, para que lo ayudara a recolectar aquellos restos fósiles que poco tenían que ver con los animales conocidos. “Lo único que sabíamos era que eran piezas raras, nada más”, sentencia Andrés mientras recuerda sus primeras excavaciones en la zona “Monstruo”, nombre que utilizó su tío para bautizar el lugar. “Lo llamó así, porque era donde aparecían este tipo de huesos”.
Andrés era feliz yendo al río para sorprenderse una y otra vez con aquellas piezas “extrañas”. “Cuando encontraba algo en el río era una sensación en el corazón que no puedo explicar”, dice. “Esto para mí no es un hobby, es algo que lo llevo en el corazón”, reafirma para que quede claro su sentimiento.
Con apenas una azada y un cepillo de dientes, ese niño escarbó y recolectó durante años una gran cantidad de restos fósiles. A medida que encontraba una pieza la iba guardando en el armario de su dormitorio. Como era de esperar, el mueble se llenó de piezas, y empezaron a ocupar otras instalaciones de la casa. “Había fósiles por todos lados”, recuerda su tía Zoraida, quien vive hoy con Andrés. “No teníamos casi espacio para dormir”, comenta en tono de broma mientras su sobrino esboza una sonrisa pícara.
Aquel niño tiene hoy 33 años. Según cuenta, hay un hecho que produjo un cambio en su vida, y fue cuando unos investigadores del Museo Arqueológico Profesor Antonio Taddei de Canelones visitaron su hogar interesados en observar sus hallazgos.
“Ellos se sorprendieron mucho con lo que yo tenía en casa”, relata. Ese día, los investigadores le explicaron el valor científico que presentaban esos restos fósiles para la comunidad. “Cuando me enteré que la colección se trataba de especies extinguidas con más de 10 mil años de antigüedad me quedé ‘helado’, no lo podía creer”, añora todavía con sus ojos visibles mostrando asombro. En ese momento, Andrés tenía 13 años y se le empezaba a abrir un “mundo” nuevo. “Recién ahí fue que empecé a tomarle el gusto a esto de la paleontología”, declara.
De ahí en adelante, se formó de manera autodidacta porque Andrés solo cursó estudios de Primaria y luego no quiso hacer el liceo.
“Me quisieron llevar, pero no quise ir. Yo era feliz yendo al río”, indica, aunque admite la importancia que habría sido terminar sus estudios. “Siempre cuando doy una charla en alguna escuela o liceo, a los gurises les digo lo importante que es terminar los estudios para salir adelante en un futuro y tener una vida mejor”, explica. Su vocación era paleontólogo, pero debió trabajar de otras “cosas” para poder sustentar su actividad. “Trabajé en varios lugares, en muchas estancias con zafras de plantaciones de eucaliptus y zapallos. Llegué a construir hornos de ladrillo con mi tío Candombe, quien me enseñó a hacerlos”, recuerda mientras hoy se ocupa de atender su reparto de bebidas en la ciudad de San Ramón.
Fuente: El Observador |
Además de estudiar por su cuenta, Andrés comenzó a ir de a poco al Museo de Arqueología de Canelones para seguir aprendiendo. Allí conoció, según él, al “tipo” más espectacular en toda su vida: Jorge “El Flaco” Femenías, quien era en ese entonces el director del museo. Con él comenzó a entender las historias que acarreaban esas piezas prehistóricas que tenía en su poder. Empezó a escuchar por primera vez los nombres de gliptodonte, mastodonte, toxodonte, tigre “diente” de sable, panochthus, doedicurus, perezosos gigantes, entre otros. Todos ellos pertenecían a la megafauna de mamíferos de gran diversidad, rareza y tamaño que habitaron Uruguay hace unos 10 mil años.
“Un día me encontré con una especie de diente gigantesco que pesaba más de un kilo. Yo no tenía ni idea del animal que podría tener ese diente. Me preguntaba qué rayos había encontrado”, manifiesta aunque luego con investigación e información que le brindó el museo se enteró de “que lo que tenía era una muela que pertenecía a un mastodonte”, una especie de animal similar al de un elefante, explica Andrés, y rápidamente cuenta su particular historia con el maxilar de tigre “diente” de sable que encontró. “Cuando la hallé estaba en un excelente estado. Como estaba tan bien pensé que era una mandíbula de un caballo o de una vaca y lo estuve por tirar al río más de una vez, pero me dije: ‘no, lo voy a conservar por las dudas’”. Y añade: “Menos mal que no lo tiré, me estaría arrepintiendo hasta el día de hoy”.
Además de cultivar las historias de sus piezas, con el Flaco Femenías y también con el apoyo del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias aprendió realmente las tareas de “campo” de un paleontólogo sobre cómo buscar en el terreno, cómo hacer una extracción, y hasta cómo preparar los restos para su preservación. “Siempre fui una persona curiosa que quería saber mucho más de las cosas. Escuchaba mucho a aquellas personas que tenían conocimiento en la materia”. Sánchez señala al doctor en paleontología Martín Ubilla, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, como esas personas de influencia.
“Me enseñaron a catalogar la pieza, saber la historia de cómo y en qué lugar la encontré. Si no se tiene esa información, se pierde 85% del valor”, afirma el paleontólogo autodidacta.
“Es una información científica. Yo un día no voy a estar, pero esa información está catalogada. Por suerte, todo ese material lo conservo en casa y lo guardo como una joya”, aclara.
El sueño del museo propio
La ciudad de San Ramón se ubica a la altura del kilómetro 79 al norte del departamento de Canelones, sobre las márgenes del río Santa Lucía.
En 2008 se la decretó como “ciudad educativa”, debido a que cuenta con varias escuelas de educación primaria, preescolar, una escuela agraria, un liceo, una escuela técnica UTU, un colegio privado y un instituto de formación docente. Y, por si fuera poco, la localidad también cuenta con el Centro de Investigaciones Fósiles de San Ramón, museo que fundó Andrés Sánchez por su cuenta hace más de un año y medio.
En el museo se exhibe su colección paleontológica con más de 1.000 piezas prehistóricas, considerada una de las muestras más importantes de Uruguay.
“Siempre tuve una mínima idea de realizar un museo con las piezas prehistóricas que había conseguido a largo de mi vida”. La idea surgió ya que durante años su casa funcionó como exposición y hasta se encargaba de llevar algunas piezas a las diferentes escuelas del departamento. “Lo más difícil era cargar en la camioneta el caparazón de gliptodonte que pesa 600 kilos aproximadamente. En ese caso debía venir el montacarga que nos prestaba la barraca de la zona”, recuerda. Destaca también la solidaridad del pueblo. “Mi idea con las exposiciones era que se conociera un poco la historia de la ciudad”.
Sin embargo, el camino hacia la realización del museo propio no fue sencillo. Todo lo contrario. Debió encargarse por su cuenta de todo, sin contar al menos con el apoyo de la intendencia. “Colaboró casi todo el mundo, menos el Estado”, dice. “Es más, la intendencia si podía ponerme una piedra en el camino, creo que era mejor para ellos. Nunca hubo interés de apoyarme en nada”, afirma en un tono molesto.
Recuerda que cuando apareció uno de los capazones del gliptodonte, en 2011, se armó el tal revuelo en el pueblo, a tal punto que se interesaron todos los canales de prensa en Montevideo.
“En esa locura llegó a casa un rematador llamado Washington Machín y me ofreció un predio para que yo hiciera el museo. Solo tenía que hacerme cargo del mantenimiento y de los costos de la luz y el agua. Los demás materiales para acondicionar el lugar se iba encargar él”, cuenta con entusiasmo.
“El sueño se me hizo realidad, voy a tener el museo”, se decía a él mismo.
Pero un día lo contactó un concejal de San Ramón y le pidió que lo llevara al lugar donde sería el museo. “Este lugar no es bueno, esto no se puede hacer así”, se acuerda Andrés que le dijo de ‘pique’ el concejal, que indagó para saber si existían papeles legales de su colección paleontológica.
Ejemplo de Gliptodonte... El antiguo logo XD |
Y esa oportunidad le llegó nuevamente. Su tía Zoraida, con quien vive, heredó una casa en San Ramón de un primo que vivía allí, pero la dueña era su prima que vivía en Australia. Antes de heredarla hubo varios interesados en comprarla, recuerda Andrés. Pero fue ahí, que su tía Zoraida le explicó a su prima el sueño que tenía su sobrino de poder realizar un museo con todas las piezas prehistóricas que recolectó durante su vida. “Me gustaría que cumpliese ese sueño”, le había dicho su tía a la prima de Australia. “¿Que Andrés quiere hacer un museo ahí en la casa?, le contestó ella, que no sabía mucho la historia. Como quería que esa finca quedara en la familia dijo: “Bueno, avisale entonces a tu sobrino que lo empiece hacer cuanto antes, la casa es de ustedes”. “Así nomás fue la cosa”, dice con esa sencillez que lo caracteriza.
Con el lugar asegurado para construir su museo, intentó reunirse nuevamente con la Junta Municipal para buscar apoyo, pero no recibió lo que esperaba.
“Un día fuimos con mi primo Carlitos Bermúdez para conversar sobre el tema y me pasó algo insólito. Habíamos hablado con la alcaldesa sobre el proyecto del museo y nos citó para una reunión de la junta para que estuvieran los demás concejales. Sin embargo, cuando llegamos nos esteramos de que la alcaldesa no le había comunicado a ningún concejal sobre nuestra reunión, y debí esperar afuera la votación para ver si querían recibirnos o no. Por suerte, nos recibieron y pudimos presentarles el proyecto, con el propósito de que al menos nos apoyaran en el ámbito institucional, sin dinero de por medio. Dijeron que nos iban a apoyar, pero hasta el día de hoy no recibí absolutamente nada”, manifiesta. “Jamás se presentó una autoridad en el museo. Solamente el día de la inauguración apareció la alcaldesa con una planta, y punto, más nada. Fue el único día que vino desde que inauguré”.
A pesar de todas las trabas y las peripecias que le tocó vivir, hoy el Centro de Investigaciones Fósiles de San Ramón es un hecho. Durante este tiempo lo han visitado varias escuelas y liceos del departamento, y hasta arqueólogos y paleontólogos de reconocimiento nacional e internacional.
“Todo esto se hizo con mucho esfuerzo mío y de parte de mi familia”, explica Sánchez. Y para entender un poco más ese cariño de su familia, su tía Zoraida sacó un préstamo para que Andrés comprara los materiales y pudiera acondicionar el lugar.
“Tenía pensado invertir esa plata en refaccionar la casa, pero a mi edad, con 77 años, prefiero hacerlo feliz a él”, comenta Zoraida con afecto. “Sin la ayuda de mi familia el museo no existiría, no se hubiera logrado. Siempre me apoyaron en lo que quería hacer, y eso lo valoro mucho”, dice Sánchez emocionado. El museo “es un sueño hecho realidad”
La anterior es la entrevista Ahora he aquí la historia de como Andrés encontró al Gliptodonte:
La Historia Del Gliptodonte
Según cuenta Andrés Sánchez, era un domingo de enero de 2005, mientras realizaba un canotaje por el río Santa Lucía. De pronto, le llamó la atención una pieza que sobresalía y se acercó. Recién allí se dio cuenta de que era una pieza importante y comenzó a delinear el territorio para escarbar.“Apareció en un lugar complicadísimo para trabajar porque tenía una barranca arriba mío que era como de ocho metros, y además el caparazón estaba dado vuelta.Cuando empecé a desenterrarlo me entraba agua y no sabía qué hacer”, explica. “Nunca había tratado con una pieza tan grande como esta, pasé ocho días seguidos excavando”, agrega. Decidió tirar en el lugar arena y pórtland para aguantar la entrada de agua, y construyó una armazón de varillas y hierro para sacar la coraza entera. Una vez que terminó de escarbar y cuidar la pieza, el tema era cómo sacarlo de allí. “El caparazón solo pesa 600 kilos y mojado y con el armazón que habíamos hecho pesaba mucho más”, comenta.Sánchez debió pedir ayuda a sus familiares y vecinos de la zona para poder al menos cargarlo arriba del bote. “Cargar el caparazón arriba del bote fue un laburo impresionante. Después de varios ensayos y errores, logramos subirlo al bote y lo mandamos al agua”, recuerda mientras continúa contando la peripecia; “en la travesía el bote se nos empieza a hundir de a poco, y con otro más tratábamos de hacer sobrepeso para equilibrar la canoa y que no se hundiera. Por suerte, lo fuimos sobrellevando y llegamos hasta la orilla para depositar la pieza. Ahí conseguimos un tractor con rieles y lo sujetamos al bote con el caparazón arriba, y marchamos hacia casa”, declara. “Lo reparamos un poco y hoy lo tenemos, gracias a Dios, en nuestro museo, con su cola y cráneo respectivo”, culmina Andrés haciendo referencia a que el ejemplar es uno de los más completos del país.Los gliptodontes fueron grandes mamíferos acorazados emparentados con las mulitas. Algunos gliptodontes llegaron a pesar unas dos toneladas. Muchas especies de gliptodontes tenían la última parte de la cola formada por un estuche de hueso sólido denominado “estuche caudal”.
De seguro Andrés inspirará a muchos de los futuros paleontólogos, a alimentar su curiosidad y a valorar la historia de los animales que habitaron la tierra hace miles de años.
Hasta el próximo Too Fossil!